lunes, 26 de abril de 2010

Operación Pandemia

jueves, 1 de abril de 2010

Pariendo amores
















Recién parido donde el miasma de tus sentidos me abandonó, destruyo la telaraña de tu olvido y al caer, dedico un silencio a aquellos polvos fenecidos en la lava de tu infierno interno.

Ya en el piso, el golpe rompe el cascaron y la inseguridad y el frió que me envuelven me abren cristales... y el mundo ante mi

Los cementerios

Hubo un día, el punto de inflexión, en donde todos los valores y principios debieron quedar atrás, trocando en un solo y natural instinto, el de supervivencia.

Atrás quedaron también los sueños ornamentados del uno a uno, el minimizado riesgo a plazos, la casa propia, la dignidad del trabajo, la educación, la salud y las necesidades básicas; del limbo a una realidad de hornallas en rojo, sin descansos ni entrepisos.

La ultima irrealidad vivida fue la entrega de la casa, estirando la cuerda legal al máximo y luego, el desalojo sin escándalos; la opción de los medios y esperar algo del estado era improbable, por pudor, u orgullo si se quiere, poner a los chicos frente a una cámara llorando su desamparo me pareció un daño mayor.

La pieza no era muy grande, un placebo para tanta angustia; el empeño de los muebles de estilo y los electrodomésticos alcanzaría para un par de meses, y entre tanto a galopar.

Que decirte de las puertas que se cierran, de teléfonos descompuestos, de interrogatorios tortuosos y caras de "algo habrás hecho"; nada, al fin y al cabo en algún tiempo que ya ni recuerdo esa fue mi función, la reingeniería de los recursos humanos, la negociación con los sindicatos, el bendito costo laboral. Y ya no quedaban ganas, ni puertas, ni espuma para afeitar.

En una cola de Iglesia, entre una sopa caliente y un listado de changas, me susurro el cartón al oído, mezcla de aguardentosa boca y olores rancios.

Los comienzos, como en todo, fueron duros; los pies llagados, las caras largas, hacer la ruta; primero como ayudante, después, robar mi primer changuito, las sobras de las sobras, el primer territorio y finalmente el carro.

Los músculos se fueron tensando; la piel, una segunda coraza y las manos, lejos de la manicure, aprendieron la destreza del tacto en cada callo y la adivinación del objeto del deseo.

Los chicos crecieron, un año mas, casi dos y otra vez la debacle, y estos tipos que no se dejan de joder; ni el pan tiraban ya; y la pieza se hizo mas chica, y unas cajas de cartón se transformaron en mi techo individual para no encontrarme las caras ni compartir cama, no porque no me entendieran, sino porque no entendía mas nada.

Alguien tiro la idea y otro sugirió el lugar, y el tipo que alguna vez acomodo lápices sobre el escritorio, levanto paredes y techos de terciada en el mismo tiempo en que una luna serena de luz amarillenta me pintaba una mueca agradecida de nuevos usos.

Por fin la familia unida bajo un mismo techo, el mas humilde quizás, pero unida, y hasta tuvimos un dejo de positivismo vislumbrando un futuro mejor.

Lo cierto es que el pan seguía sin tirarse y entonces saltamos nuestra mejor pared, que era la del cementerio.

Primero fueron los bronces, entonces se hablo de saqueo, pero como eran judíos al parecer importo menos; mas tarde nos preparamos para los cuerpos, que creíamos bañados en oro.

Las primeras paladas fueron de tierra blanda, muy blanda, y comenzó la sospecha, pero la sorpresa fue grande al no encontrar los cuerpos; cavamos en cinco, en diez, en veinte; mas allá, en la otra punta y nada; se habían robado los cuerpos antes que nosotros; ni la indignidad de ser saqueadores roba-tumbas nos dejaron los poderosos y así, con una luna mas anaranjada y menos amistosa, decidimos levantar un barrio.

Lo que siguió fue una lucha desigual y no menos decidida, contra la ley corrupta, los poderosos de siempre y los pobres e indignados familiares que no dejaban acercar.

Con la primera tormenta, un par y yo saltamos nuestra mítica pared y poco más que raptamos a uno de los familiares, le expusimos los hechos y lo dejamos a su albedrío.

Poco a poco los ánimos se fueron calmando; alguien fue preso; muchos, como siempre, escaparon; finalmente corrieron las lágrimas por parte de todos.

Hubo una salomónica decisión, cada uno de nosotros adopto un apellido nuevo, al viejo y manoseado que traíamos, y se reverenció en todos los credos la memoria de los ancestros.

El emperador

Tras los muros desencantados por hastío

sueña sus sueños el emperador;

de atropellos bestiales, de auroras boreales

encendidas en alcohol.



Dominante, ante tu mundo

creado de intempestivas muertes, duermes,

abrazas tu almohada, y sus plumas desoladas,

no entibian el azul fuego

de tus pensamientos.



Un trono, de roca oscurecida

por la seca y virginal sangre de libertarias pitonisas,

hará de improvisado escenario para tu acto final

al caer tus ilusiones en el hueco de una urna

que solo conocerás desde el polvo de tus

huesos cenicientos.



Entonces, cuando el silencio ocupe los diarios, tornaré.